Thursday, December 3, 2020

Disquisiciones amnésicas

Me anestesio para aclarar mi mente y no sentir el dolor que me causa el paso del tiempo en vano. Hay algo que no estoy seguro que es, algo que estoy desperdiciando y eso me angustia de forma indefinida pero cierta. Me hallo en las antípodas de una carrera contrarreloj; una quietud sofocante deshidrata mis bríos. Desde hace tiempo que mi tanque de nafta* marca la reserva: pongo punto muerto y dejo llevarme por la bajadita estacional que me recibe con su oprobiosa oscuridad y frialdad característica.

Intento encontrar un detalle que interrumpa la invariable reiteración de hechos idénticos y esa continuidad- me produce una monotonía hipnotizadora. Busco el calor interno que me devuelva a la llanura, a la simpleza de lo ordinario como quien espera al pie de un árbol a que caiga su fruto prohibido.

Afuera diluvia hace días; las horas de claridad se escurren a la velocidad de la luz. El frio y la lluvia cala mis huesos. No escribo para entretenerte -no es esa mi intención- sino que para externalizar lo que me tiene trancado. Lo mismo me da si es poco y de mala factura, si contiene una frase jugosa o un paralelismo fascinante lleno de mensajes entrelineas.

Cuento con un tiempo incuantificable, inconexo, subjetivo, teñido de manipulaciones del inconsciente que se asoma y me asombra con sus manifestaciones. Estoy escuchando músicas que hace mucho no oía y releyendo aquellos libros que me piden que los abra y los mime.

El eje del mundo no se mueve ni un micromilímetro con mi ínfima presencia o ausencia. Son tiempos de conversaciones con uno mismo. Mientras camino por la vereda tratando de no pisar las líneas que separan las baldosas, mis grandilocuentes pensamientos y disquisiciones llegan a hilar tan fino como para creer que por fin he llegado a la certeza más absoluta e irreductible sobre qué es lo que le da sentido a mi vida: el deseo.


*manera en que denominan al combustible los y las rioplatenses.