De todas las cosas que he oído hablar sobre él, me interesan más las que no me fueron contadas, las que he constatado con mis propios ojos. Quizás por eso son de mi interés: porque son dilucidaciones que pude construir e imaginar sin la ayuda de relatos familiares.
Tuesday, July 28, 2020
Solo supo hacer el bien
De todas las cosas que he oído hablar sobre él, me interesan más las que no me fueron contadas, las que he constatado con mis propios ojos. Quizás por eso son de mi interés: porque son dilucidaciones que pude construir e imaginar sin la ayuda de relatos familiares.
Friday, July 24, 2020
ɐʇlǝnʌ opɐp
Jalvín va al fondo, por suerte hoy no llueve; aprovecha la intemperie de
su pequeño jardín, observa las plantas bailando al son de la brisa, disfruta
del cantar de los pájaros antes que sus vecinos den señales de vida, sinónimo
de alboroto y ruidos molestos. Retomo la lectura, releo lo que ya había
olvidado. Jalvín vuelve a perder su tiempo regando un pasto imaginario, tarea
obstinada que desarrolla con una naturalidad y perseverancia propia de su
herencia milenaria.
Salgo a caminar por el barrio. Entro al almacén y le pregunto a la
persona detrás del mostrador: ¿qué
sentido tienen las cosas? ¿Cuándo será el momento de ser felices- aunque sea
tan solo un espejismo? ¿Vos sabes que es lo que estamos esperando? Ella me
mira con ojos chúcaros y taimados; no es lo que esperaba un martes de tarde,
aunque tampoco descarta de plano mi planteamiento existencial; entiende de
donde viene mi cuestionamiento, su pureza, su lado utópico, noble e iluso. Habría
sido más simple para ella si le hubiese pedido una peluca fucsia o un frasco de
comida para murciélagos. Pero no, hoy no pudo ser; quizás mañana. Si, mañana
será otro día, otra sensibilidad y necesidades.
Cuento con una brújula interna que me ayuda a dirigirme hacia el destino
anhelado. Esa guía suele ser oportuna, racional y me mantiene fuera de líos;
pero si la aguja se dañara por acumulación de desilusiones, mentiras,
sinsabores y frustraciones- correría el riesgo de perderme en un camino plagado
de buenas intenciones. Si a eso sumo una genética, condición y ambiente propicios-
podría llegar a despertarse una voz interna, intrusiva, que nunca calla en la desbalanceada
química de mi cerebro. Es una voz que magnetiza y arrastra a quien la escucha
–entre otras cosas- a percibir pensamientos como si fuesen hechos concretos.
En mi mente se proyectan películas incoherentes, repetitivas, improbables
y perturbadoras al borde de la obsesión- una y otra vez. Mientras tanto, algo
queda flotando en mi subconsciente, aunque no pueda percatarme del todo de que
se trata. Un algo que veo y asimilo: una impresión del momento. A partir de ese
algo, construyo una estructura de donde agarrarme, un paraíso, un lugar lejano,
perfecto, inalcanzable y lleno de idealizaciones.
La hora adulta del día -con su sol de durazno maduro cayendo del árbol-
se despliega frente a mis ojos en cámara lenta. Un atardecer de verano
suburbano, donde el aire sopla diferente que entre los altos edificios del
centro. El aroma de los frutos y los vegetales emanan su sano atrevimiento. Se acerca
la hora de cenar, ducharse y volver al sueño. Mañana será otro día, idéntico al
previo.
La redundancia -monótona y periódica como el tictac del segundero- se me hace exagerada, la sufro cual si fuera
un castigo, como si se tratara de una lección que todavía no he aprendido y en
este momento debo enfrentar si o si- para de una vez por todas superarla y
estar listo para la próxima condena o desafío que me prepare hacia el destino
inevitable: la nada misma, el olvido eterno, tal si nunca hubiese existido mi
impronta sobre la faz de la Tierra.