Wednesday, July 10, 2019

Paul McCartney




Me encontré con Paul McCartney. Como se imaginarán, fue de lo más inesperado. Estábamos en un lugar que me resultaba sumamente familiar, muy pero muy cerca de donde vivo.

Entablamos una conversación más que cordial a los pocos instantes de habernos conocido. Le manifesté -como era de esperar- mi admiración hacia su música. Claro, no le dije que en realidad me gusta e identifico mucho más con la música de Lennon que la de él.

A cierta altura de la breve pero intensa conversación que mantuvimos, hubiese querido contarle que de niño, yo pensaba que había sido adoptado y que mi verdadero padre era John Travolta. Pude recapacitar a tiempo y dejé que ese pensamiento de mi etapa infantil - fuera atrapado por ese filtro mental que no siempre me funciona o no me funciona del todo bien.

Le que sí le dije es que tengo cantidad de sus discos en mi casa y que me gustaría que me los autografiara. Le expliqué que vivía muy pero muy cerca. El asintió y dijo que me esperaría.

En el corto camino hacia mi casa- me enredé con pormenores, situaciones molestas e insignificancias varias que me fueron embarullando y alejando de lo verdaderamente importante, de mi plan, de mi cometido.

Pasó un tiempo que me es imposible de cuantificar hasta que volví al lugar del encuentro. Como era de esperar, Sir Paul McCartney se había marchado.

Sin rumbo, sin ansiedad ni pensamientos específicos- comencé a caminar hacia la densa oscuridad que me esperaba impertérrita.


Thursday, July 4, 2019

Herrumbre


Las hastiadas agujas del reloj no atrasan ni adelantan: marcan siempre la misma hora de un día perdido. Con la llegada del invierno- comenzó para él una época de desolación, tanto corporal como mental. Se volvió un ser de poco hablar, evitando – dentro de lo posible – todo contacto humano. Había tocado fondo una vez más y sabía que cosas no tenía que hacer para iniciar su reconstrucción desde los mismos cimientos.

Retornó a su primer amor: la música en formato vinilo. Su meta no planificada fue coleccionar aquella felicidad pretérita a través de los objetos que formaban parte de ella. Así comienza ese querer conseguir y conservar celosamente todo aquel pedazo del puzle que forma parte de su paraíso idealizado de la niñez. Cada día que pasaba era un intento de construir el puente que lo llevará a ese lugar tan codiciado por su memoria olvidadiza y fragmentaria.

La letra del tango que sonaba en la radio lo trajo -sin escalas- a su presente insulso. Su ropa hedía a guiso podrido mezclada con tufo de vestuario masculino de futbol. A pesar de sus intentos por evitar su desconsuelo, estaba dentro de una gran olla haciéndose a fuego lento, condimentado en sus tormentos. Nunca se lamentó por el tipo de vida que ha elegido- pese a no haberse tomado el tiempo suficiente para reflexionar sobre su elección. 

Escribe lo que puede y no lo hace con la finalidad de aportarle algo a alguien; no desea dar enseñanzas de vida ni nada que se le parezca. Escribe para canalizar su intensidad y sentirse mejor con él mismo. Disfruta de su triste felicidad sin ser del todo consciente de su objetivo, aspiración y plan vital.

Por fuera parecería ser sólido, casi que indestructible, transmite seguridad y convicción. Sin embargo, la herrumbre -que nunca descansa y todo lo corroe- convertirá sus modestas ambiciones en sueños oxidados. Su sistema nervioso es un disco rayado que repite -incansable e ininterrumpidamente- el mismo surco dañado hasta el mismísimo infinito.