Me encontré con Paul McCartney. Como se imaginarán, fue de lo más inesperado. Estábamos
en un lugar que me resultaba sumamente familiar, muy pero muy cerca de donde vivo.
Entablamos una
conversación más que cordial a los pocos instantes de habernos conocido. Le manifesté
-como era de esperar- mi admiración hacia su música. Claro, no le dije que en realidad
me gusta e identifico mucho más con la música de Lennon que la de él.
A cierta altura
de la breve pero intensa conversación que mantuvimos, hubiese querido contarle
que de niño, yo pensaba que había sido adoptado y que mi verdadero padre era
John Travolta. Pude recapacitar a tiempo y dejé que ese pensamiento de mi etapa
infantil - fuera atrapado por ese filtro mental que no siempre me funciona o no
me funciona del todo bien.
Le que sí le
dije es que tengo cantidad de sus discos en mi casa y que me gustaría que me
los autografiara. Le expliqué que vivía muy
pero muy cerca. El asintió y dijo que me esperaría.
En el corto
camino hacia mi casa- me enredé con pormenores, situaciones molestas e
insignificancias varias que me fueron embarullando y alejando de lo
verdaderamente importante, de mi plan, de mi cometido.
Pasó un tiempo
que me es imposible de cuantificar hasta que volví al lugar del encuentro. Como
era de esperar, Sir Paul McCartney se había marchado.
Sin rumbo, sin
ansiedad ni pensamientos específicos- comencé a caminar hacia la densa
oscuridad que me esperaba impertérrita.