Los conductores y transeúntes me insultan y gesticulan raudamente a
diestra y siniestra. Voy a contramano y recién me doy cuenta. No alcanzo a ver
las señales y luces de tránsito – si es que las hay. Los automóviles se me vienen
arriba, me enciman. Parece no haber escapatoria. Intento moverme. Remo contra
la corriente buscando sobrevivir a como dé lugar. No interesa como, lo
importante es estar a salvo.
Una salva de cardúmenes me lleva con ellos en
dirección opuesta. El cansancio junto al oleaje me gana la partida y paso a ser
parte de la bandada. La gaviota me mira indignada desde el precipicio. A pesar
de su condición voladora- sufre de vértigo. Su coraje la ha ayudado a combatir
sus miedos.
Súbitamente todo se detiene. La espera para que todo vuelva a fluir y desarrollarse con normalidad- se hace eterna. La extensa demora desmorona el temple y diluye la fuerza de voluntad.
Las luces se apagan, los colores desaparecen. Todo es penumbra ahora; apenas alcanzo a distinguir diferentes tonalidades de gris hasta llegar a la oscuridad más profunda e impenetrable. Tomo mi cámara e intento captar lo poco que veo pero es inútil: las fotografías muestran imágenes sacadas fuera de contexto.
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