Después de tantas
especulaciones, teorías y creencias nacidas desde la ignorancia más absoluta –
me vengo a enterar que soy eterno. La mayoría de mis desvelos y preocupaciones
desaparecieron como tormenta de verano. Mis prioridades dan un giro drástico:
resulta que ahora la salud es pasajera. Es menester contar con recursos
materiales que me permitan vivir para siempre sin apremios económicos.
Tendré que adaptarme a un
mundo sin mis contemporáneos. Viviré en tierra de extraños, un universo cibernético
que probablemente sobrepasara mi capacidad de asombro. Me espera una soledad
inédita: será muy triste ver a mi descendencia inmediata perecer -pero por otro
lado podré conocer a los tátara nietos de mis bisnietos.
Los futuros libros de historia
serán una forma de corroborar mi propio pasado. Seré testigo de cómo se repiten los ciclos
económicos de forma tan irremediable como el ser humano tropieza una y otra vez
con la misma piedra. Esta es la suerte y desgracia simultanea de los distintos,
elegidos, mesías de la humanidad, delirantes de los tiempos modernos con conexión
a wifi.
Mientras estoy tratando de
adaptarme a esta nueva, inesperada e impensada perspectiva, la puerta se abre y
entra un enfermero con mi dosis matinal. Decir mi verdad tiene su precio; la
mentira, la diplomacia, el silencio, las verdades a medias y la hipocresía
gozan de mejor vida. El efecto del antídoto es inmediato: mis pensamientos
varían y mi percepción cambia de consistencia. Retorna a mi paladar el sabor
metálico de la desconfianza. Siento una antigua tensión en todo mi cuerpo. Me
vuelvo consciente de cuan efímero es todo en relación a las personas. La duda
lo abarca todo, habita cada rincón de mi ser. Vuelvo a ser uno más del montón. Hago
chistes para edulcorar las miserias y limitaciones humanas que invaden mi
bienestar. En cuestión de segundos, mi felicidad eterna desaparecerá por
completo.
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