Thursday, August 17, 2023

Desasosiego

 

A los seres vencidos

 

Me adentro al tierno y tibio olvido sin darme cuenta, con mi percepción centrada en mi rutina. Giro mi cabeza hacia atrás y todo se ve borroso, como si no tuviera los lentes puestos. El balastro cubre mis zapatos- agujereado uno de ellos- de una polvareda gruesa, densa, amarronada y fangosa. En ningún momento siento temor: solo experimento una desazón y un vacío implacable, contundente aunque indescifrable. No importa lo que haga o diga, donde vaya, lo que coma ni con quien este: siento dentro mío un inevitable y constante desasosiego. Mi desencanto conmigo mismo y lo que me rodea es casi permanente y hasta patético. Lo padezco como un síndrome que se ha incrustado en mi organismo y en mi psiquis sin explicación aparente o entendible. La tristeza me acompaña a sol y sombra, me hace marcación personal -hombre a hombre- como si apreciara mi compañía en demasiá, tal si fuera un amor eterno.

Paro de golpe en algo que parece ser un espejismo: una inmunda barbería que aloja en su interior una mesa de casin de paño gastado y un par de máquinas estruendosas a las que le faltan varias luces. En eso, se me acerca una figura casi que espectral de sexo indefinido y me pregunta la hora. Desde mis catorce años de edad dejé de usar reloj pulsera- le respondo. Su reacción es un súbito movimiento de hombros hacia arriba y abajo.

Sigo mi camino paladeando entre los pliegues de mi razonamiento el caldo de disidencia que he ido cultivando con el correr de los años. Ser parte de la mayoría no significa poseer ninguna prueba o fundamento con aire de verdad revelada.

No hay nada, ni antes o después del trayecto vital, solo supervivencia de la especie para maximizar su estadía en este planeta. Todos los conceptos conocidos son creaciones humanas de dudosa veracidad y eficacia. Y sin embargo, acá estoy intentado destrancar lo que nunca se ha trancado. Y si alguna vez estuvo cerca de trancarse- eso sucedió en mi mente, en mi percepción de lo que me circunda, la cual posiblemente no coincide con la realidad de ningún otro semejante perteneciente a la especie de la cual soy parte.

Espero con ansiedad, casi como una turbación- algo que tal vez exista solo en mi cabeza. Posiblemente se trate tan solo de una alucinación- de algo que no sucederá y por tanto la espera se convierte – a la vez- en inútil en sí misma pero también en un propósito y una razón para seguir viviendo con expectativa. Una expectativa engendrada en mi imaginación y cimentada en la irrealidad más noble que surge de mi estropeada inteligencia.

A lo lejos escucho una trompeta asordinada cuya melodía me lleva a una ciudad desconocida de hace un siglo atrás, en plena efervescencia del viejo Jazz y la bolsa de valores. Comienzo a experimentar cierto alivio; algo dejo de hacer presión – como si la fuerza de gravedad hubiese mutado sus condiciones. Me focalizo en algo más allá del pragma, del momento preciso del ahora, de mis palabras vacías de significado y valor. Mis sentimientos difusos -y a veces antagónicos- entienden que todo lo hecho y por hacer es por uno y los míos. Mis ideas se apelotonan todas a la vez y ninguna logra sobreponerse sobre las otras.

El tiempo se acota, el transcurso es inevitable y real. He llegado a mi cima hace un rato largo y he puesto punto muerto para dejarme llevar por la bajadita, esperando que no se me cruce pozo alguno ni desfondarme en mi descenso. Me he convencido a mí mismo de que estoy haciendo bien. El gran tema es la relatividad y sus consecuencias. No hay norte ni sur, somos cuerpos en una galaxia infinita e indivisible para el ojo humano. De a poco me voy acercando a un sitio más adecuado. Deseo ser como aquellos que se contentan con tan solo tener cubiertas sus necesidades básicas -sin cavilar ni cuestionar tanto su sentir- y hasta llegan a disfrutar del sinsentido de ser viviente.