Su existencia fue un lastre sombrío, denso e
impenetrable. El gran temor una vez muerto era el silencio atronador dentro de
su tumba. Confió en que sus hijos lo enterraran- indicaciones mediante- junto a
su radio portátil. Los deudos que transitaban los estrechos pasadizos del
cementerio- oían un rumor constante, música, partidos de futbol, noticieros y no
se daban cuenta de donde surgía tal audición.
Por las noches se juntaban en torno a su tumba en
busca de entretenimiento una variedad de espíritus que habían muerto en una paz
maquillada o cuyas vidas habían sido una llovizna lánguida e intermitente sin
propósito, rumbo ni destino. Se armaba una comunión muy armoniosa entre estos
espíritus hasta que un mal día la radio –cual romance de verano- dejo de
funcionar.
El fracaso de su propósito volvió a ser palpable entre
sus semejantes de la misma forma que lo había sido durante toda su vida. La
historia- como todas ellas- termino buscando culpables de tal cambio de
circunstancias.