Era
un hermoso día para estar al aire libre y el agua en la playa nudista estaba
preciosa. Deje toda mi indumentaria,
billetera, llaves y teléfono sobre mi silla de playa. Estaba tan lindo que me
quede un rato largo en el océano. Al salir me lleve la ingrata sorpresa de
encontrar solamente mi silla. Debía encontrar la manera de llegar hasta mi casa
como arribe al mundo. Hubiese querido transformarme en una figura fantasmal o
espectral para pasar desapercibido. A raíz de ese pensamiento se me ocurrió canjear
mi silla playera por una toalla para cubrir mi desnudez.
Comencé
a recorrer la playa con ese objetivo. Una persona tras otra a la cual le
planteaba mi propuesta- se negaba al trueque. Creo que percibían mi aflicción
como cuando era joven e iba a bares de mala muerte en busca de encuentros
furtivos con desconocidas del sexo opuesto. El interlocutor olfatea la
desesperación y huye despavorido.
Ante
este panorama desalentador -el último recurso al que mi imaginación pudo
acceder en ese momento fue destruir la silla y con la lona y un par de cuerdas desflecadas
que encontré sobre la arena- construí una versión elemental de hombre sándwich.
Dudaba
profundamente si iba a poder regresar de esa forma a mi casa pero tampoco tenía
otra opción. Así que sin más inicie mi
retorno. Mi preocupación por la reacción de terceros se fue transformando en
sorpresa al notar que nadie me prestaba atención alguna. Me ignoraban
olímpicamente. A medida que avanzaba fui tomando más confianza en mí plan. Lo
que en un inicio fue sorpresa se fue transformando en decepción: la vida de uno
no le interesa a nadie más que a uno mismo; cada persona va por la suya
cargando su cruz, con sus propios asuntos, extraviadas en el encierro de sus
mentes.
Mientras
esperaba que el cerrajero abriera la puerta de mi casa, un concepto que venía
rumiando tomo cuerpo y forma definitiva: lo opuesto a la virtud, a la fuerza de
voluntad, a la habilidad, a la risa, al erotismo, al sacrificio y la
creatividad es el desinterés, la apatía y la indiferencia.