Deambulaba por callejuelas sin señalización ni salida aparente cuando me topé con una feria única y particular en varios sentidos. Difícil de describirla -aunque si dijera que se trataba de una feria temática no estaría completamente errado. El día estaba ventoso, era un viento caliente y arremolinado sin dirección alguna. Apenas entre, hacia la izquierda un puesto vendía ilusiones. Tenían de todo tipo: las que son de por vida y las que tienen un objetivo concreto como casarse, recibirse de médico o bajar de peso. Al lado estaba el puesto de los eufemismos: ofrecían de los cómicos y los políticamente correctos e inofensivos. Dos pasos más allá, una muchacha de cara limpia y equilibrada ofrecía certezas, evidencias, autenticidades y convicciones. Uno de los puestos más disfrutables de toda la feria. En frente ofrecían sensaciones de frio, calor, hambre, vacío y todas las imaginables. Seguí recorriéndola y todos los puestos brindaban artículos inusuales de encontrar a la venta: intenciones, indulgencias, esperanzas, cavilaciones, sugestiones y otras que mi memoria ha olvidado.
Después
de pasadas unas horas observando y escuchando a los feriantes y sus propuestas-
una desazón indefinida y difusa me invadió. Respire hondo. Una transpiración
fría cubrió mi frente pegajosa. Tuve que sentarme en el piso con todo lo que
ello conlleva para alguien con misofobia. Durante muchos años he venido
complicándome la cabeza con posibilidades inciertas y hasta remotas de
situaciones de vida que raramente terminan ocurriendo. Y si ocurren- suceden de
una manera muy distinta a como las imagino. Sin embargo, las vivo intensamente
como si fueran a acontecer de un momento a otro. Mientras mi organismo
transitaba por este estado de ánimo- mi cabeza tomaba conciencia y más
nítidamente que nunca antes entendí y comprendí que he de terminar
mal- como el resto de los mortales: la decadencia de la mente y sobre todo la
del cuerpo- es un camino de ida.
Aun
sin poder encontrar mi rumbo, llorando de alegría recordaba aquellas tardes
estivales en mi cuarto con la radio a todo volumen y una batería que era para
mí la octava maravilla -aunque en realidad se caía a pedazos- donde el presente
me tenía hipnotizado con sus mieles del ahora- sin expectativas, frustraciones,
desilusiones, fracasos ni desengaños de ningún tipo que me opacaran. La
existencia y sus pliegues más recónditos -es la mejor y más compleja trampa
imaginable: una patraña la cual conocemos su final inevitable desde un principio.
Muy buenos me encantaron
ReplyDeleteGracias por leerme!
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