Un último
coletazo dio el pez tratando de escaparle al oxígeno que termino envenenándolo.
Murió- al
fin- para volver a ser parte de la nada. Ahora es libre y huye del cuerpo
en el cual estuvo enjaulado toda su vida.
Otros
peces siguen nadando en el ancho mar, presos de sus errores y aciertos; de sus
convicciones y sus dudas; de sus miedos, decisiones, pasiones, tristezas y
cantidad de otros sustantivos abstractos imaginables y acordes a la carga vital.
Los
delfines, los mamíferos más inteligentes según expertos en el tema, viven cautivos
de sus pensamientos. Si entendieran la lengua castellana y supiesen leer – les
escribiría cuentos inverosímiles que los ayudasen a evadirse de su entorno y
realidad acuática.
En cambio,
con los monos y chimpancés - seres dicharacheros como pocos- me sentaría a
comer una picada, a tomar unos tragos que raspen el garguero y les hablaría de
las cosas que más me apasionan – que no son otras que las incoherencias,
contradicciones, absurdos, y locuras que
forman parte de la condición humana.
El oxígeno se me está terminando: debo
volver a la superficie, a mi equilibrado y sensato yo - que terminara envenenándome.
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