He tenido la
suerte, motivación y perseverancia de integrar varias bandas durante gran parte
de mi vida. Algunas de ellas – a mi modo de ver y escuchar – eran más que
aceptables. Casi siempre he sido uno de los miembros fundadores y no creo que
fuese una casualidad aislada: probablemente se debe a mi cuasi incapacidad de
adaptación a un proyecto que no lo haya parido.
El grupo con el
cual tuve más recorrido- duro casi nueve años: editamos dos discos, tocamos en
vivo infinidad de veces, ensayábamos religiosamente y hasta incluso nos dimos
el “lujo” de hacer una mini gira.
Con el paso del
tiempo, los ensayos tomaron un carácter ritual y terapéutico: se convirtieron
en un pasadizo que me permitía entrar en contacto intermitente con lo
inmaterial, lo incuantificable, eso que no se puede tomar con las manos ni
determinar su aroma. Las cuestiones
circunstanciales y miserias humanas se esfumaban mientras ensayábamos: los
domingos a las cuatro de la tarde era la cita ansiada con la frontera
dimensional donde tiempo y espacio se fundían para que lo realmente importante
le quitara protagonismo a las urgencias.
Ensayar, tocar en vivo y grabar cuando
teníamos el dinero suficiente –eran los puntales del enlace pentatónico que unía
a los integrantes de la banda.
Mi bajada de
ficha ocurrió en aquella “gloriosa” mini gira que nos llevó -junto a una banda
amiga - a cinco parajes diferentes. Me costó -más de lo anticipado- alejarme de
los míos durante algunos días, que no fueron muchos, pero los percibí como tal.
En ese periplo, me di cuenta que las vidas de los integrantes de aquel clan sonoro
eran muy diferentes fuera del matrimonio musical. Nuestra afinidad estaba basada
-casi exclusivamente- en nuestro proyecto en común.
En la ruta -camino
a nuestra próxima presentación de aquella mini gira- sentimos unos bocinazos
persistentes: venían desde la camioneta de nuestra banda amiga que nos pasaba por
la izquierda. A través de sus ventanas delantera y trasera - que estaban abiertas
y apuntaban hacia nuestro vehículo – asomaban un par de culos desnudos acompañados
de sonoras carcajadas. Ni bien nos pasaron, policía caminera los paro e
invitaron a estacionarse a un costado de la carretera.
Esa noche, llegaron
al boliche bastante más tarde que nosotros y nos contaron que los multaron. Lo
que nunca llegue a saber es si la multa fue por exceso de velocidad o por tener
culos demasiado peludos.
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