Monday, October 26, 2020

Inconexo

 

No recuerdo, no estoy seguro desde cuando siento esta acidez, el dolor de mandíbula y mi hombro derecho casi inmóvil. Supuestamente lo sé- pero no logro identificar en que preciso momento- mi memoria se desfasó de la realidad.

Cargo con el peso de la dualidad entre teoría y práctica en toda su extensión. No sé si tendría que permanecer del lado teórico y alejarme de las inconveniencias que impregnan a la práctica- o si sería mejor dejarme llevar por los hechos y abandonar la teoría como si fuera un manual de instrucciones de un artefacto vetusto.

Cuelgo una camiseta blanca en la baranda para que seque al sol. Sentado a unos metros, noto que el viento la hará caer al piso embarrado. Una parte de mi- desesperada y ansiosa- quiere evitarlo, aunque también intuyo -sin comprenderlo del todo- que no voy a poder estar siempre para salvarla de su inminente caída. Debería permitir que las cosas sucedan sin interferir en situaciones y cuestiones que tienen su proceso de nacimiento, crecimiento, maduración y epilogo.

Hoy, ayer y mañana son el día después. La noche, la tormenta y su fría oscuridad- quedaron enterradas en las sabanas transpiradas de arrepentimientos y deseos.



Dibujo de mi hija



Thursday, September 17, 2020

Anoto


La ansiedad generalizada me retuerce los intestinos y la artritis ahonda mi melancolía. Somatizo mis carencias mientras escribo sobre el cemento frio, de aspecto invernal, metálico, parco, sin gusto e inoloro. No estoy haciendo una demostración de un producto que funciona con solo enchufarlo. Intento que los voltios corran e inunden el cable de la confianza, a través del cual podría volver a ilusionarme de que es posible, aunque la zanahoria con su vaivén hipnótico -no pueda esconder del todo la trampa inherente de la realidad.  

Noto y anoto lo que escucho de rebote: los pájaros mecánicos cumplen su trayecto con una constancia de reloj; las gaviotas vuelan sobre mi cabeza con su trinar marítimo; otras aves avisan con su canto que el día se va terminando; vuelan hacia sus nidos buscando resguardo, calor y refugio.

Se abre un paréntesis con forma de cueva donde aparecen pretéritos indefinidos e indecisos; hoy hay programa completo: mantengo la mayor cantidad de vicios posibles- sin llegar al extremo de que me lastimen. La moderación es como cuando se tiene la guinda de cuero dominada debajo de los tapones.

Cierro una puerta y queda trancada automáticamente. Finaliza una etapa y no hay vuelta atrás posible. Estoy en un cuarto cuya forma- valga la contradicción- es amorfa: no es rectangular, tampoco cuadrada ni siquiera un trapecio. Hay demasiado poco para hacer aquí- lo cual me resulta ser un poco demasiado. El nudo de la angustia que sujeta a mi garganta se suelta; los esfínteres ceden al fin- permitiendo que las inmundicias corporales fluyan y pueblen el ambiente de un pudor inútil e inevitable.

Soy feliz y lo ignoraba -aunque la felicidad siempre me ha resultado un concepto esquivo de entender. Deduzco que tienen más chances de ser felices los que menos necesitan del mundo exterior- tanto sea material como emocional -y quienes comprenden que lo simple es tan imprescindible como indispensable.




Tuesday, July 28, 2020

Solo supo hacer el bien


Hay individuos que no llegamos a conocer, pero aprendemos a quererlos a través de relatos de terceros. Más aun, cuando uno tiene el honor de llevar su nombre por la vida. Hoy escribo para homenajear a mi abuelo, quien respiro por última vez hace más de medio siglo.

De todas las cosas que he oído hablar sobre él, me interesan más las que no me fueron contadas, las que he constatado con mis propios ojos. Quizás por eso son de mi interés: porque son dilucidaciones que pude construir e imaginar sin la ayuda de relatos familiares.

Lo primero que salta a mi vista -son sus rasgos faciales y la tonalidad de su piel. Viendo fotos de él, advierto que su procedencia y su aspecto iban en direcciones divergentes. Intuyo que hay muchas cosas que no se de él ni de su historia genealógica.

Otra cuestión que capta mi atención es cuando uno va a visitarlo al cementerio: es tradición, dejar piedritas sobre las lapidas de las personas queridas como señal de que aún son recordadas. Recorriendo ese sendero creado por los mortales -para tal vez sugerir o rememorar la inmortalidad del alma - siempre me sorprende la montaña de piedritas depositadas sobre su tumba. A pesar de haber desaparecido físicamente hace muchas décadas, todavía hay gente que lo recuerda y añora. Si uno mira alrededor, las otras lapidas -tristemente- casi no tienen piedra alguna sobre ellas.

Sus parientes vamos al cementerio una vez, quizás dos veces al año (dependiendo como se presente la zafra mortuoria). Teniendo en cuenta la asiduidad con que su familia concurre al cementerio, es asombroso que siempre haya tantas piedritas depositadas sobre su tumba. Hace varios carnavales que sus contemporáneos dejaron este mundo. Entonces, ¿quién o quiénes serán los que se empecinan- año tras año- dejar constancia, como reza sobre su lapida, que el hombre enterrado debajo de ella solo supo hacer el bien?




Friday, July 24, 2020

ɐʇlǝnʌ opɐp

Jalvín va al fondo, por suerte hoy no llueve; aprovecha la intemperie de su pequeño jardín, observa las plantas bailando al son de la brisa, disfruta del cantar de los pájaros antes que sus vecinos den señales de vida, sinónimo de alboroto y ruidos molestos. Retomo la lectura, releo lo que ya había olvidado. Jalvín vuelve a perder su tiempo regando un pasto imaginario, tarea obstinada que desarrolla con una naturalidad y perseverancia propia de su herencia milenaria.

Salgo a caminar por el barrio. Entro al almacén y le pregunto a la persona detrás del mostrador: ¿qué sentido tienen las cosas? ¿Cuándo será el momento de ser felices- aunque sea tan solo un espejismo? ¿Vos sabes que es lo que estamos esperando? Ella me mira con ojos chúcaros y taimados; no es lo que esperaba un martes de tarde, aunque tampoco descarta de plano mi planteamiento existencial; entiende de donde viene mi cuestionamiento, su pureza, su lado utópico, noble e iluso. Habría sido más simple para ella si le hubiese pedido una peluca fucsia o un frasco de comida para murciélagos. Pero no, hoy no pudo ser; quizás mañana. Si, mañana será otro día, otra sensibilidad y necesidades.

Cuento con una brújula interna que me ayuda a dirigirme hacia el destino anhelado. Esa guía suele ser oportuna, racional y me mantiene fuera de líos; pero si la aguja se dañara por acumulación de desilusiones, mentiras, sinsabores y frustraciones- correría el riesgo de perderme en un camino plagado de buenas intenciones. Si a eso sumo una genética, condición y ambiente propicios- podría llegar a despertarse una voz interna, intrusiva, que nunca calla en la desbalanceada química de mi cerebro. Es una voz que magnetiza y arrastra a quien la escucha –entre otras cosas- a percibir pensamientos como si fuesen hechos concretos.

En mi mente se proyectan películas incoherentes, repetitivas, improbables y perturbadoras al borde de la obsesión- una y otra vez. Mientras tanto, algo queda flotando en mi subconsciente, aunque no pueda percatarme del todo de que se trata. Un algo que veo y asimilo: una impresión del momento. A partir de ese algo, construyo una estructura de donde agarrarme, un paraíso, un lugar lejano, perfecto, inalcanzable y lleno de idealizaciones.

La hora adulta del día -con su sol de durazno maduro cayendo del árbol- se despliega frente a mis ojos en cámara lenta. Un atardecer de verano suburbano, donde el aire sopla diferente que entre los altos edificios del centro. El aroma de los frutos y los vegetales emanan su sano atrevimiento. Se acerca la hora de cenar, ducharse y volver al sueño. Mañana será otro día, idéntico al previo.

La redundancia -monótona y periódica como el tictac del segundero- se me hace exagerada, la sufro cual si fuera un castigo, como si se tratara de una lección que todavía no he aprendido y en este momento debo enfrentar si o si- para de una vez por todas superarla y estar listo para la próxima condena o desafío que me prepare hacia el destino inevitable: la nada misma, el olvido eterno, tal si nunca hubiese existido mi impronta sobre la faz de la Tierra.





Monday, July 6, 2020

Ganas de nada


Hoy ando con suerte: me dejaron entrar más temprano que de costumbre a mi guarida, a mi resguardo. Las ventanas abiertas dejan expuestas múltiples hojas que visten a los árboles en pleno verano. Mi mirada queda suspendida en algún lugar y los recuerdos emanan sin timidez. Las imágenes son mi presente. Huelo algo conocido que me devuelve al lugar exacto donde estoy.

Tengo que enfocar diferente: no solo ver todo lo que falta, sino también disfrutar de la abundancia. Emociones y pragmatismos- antagónicos como lo son el talento y la mediocridad- conviven en mí. ¿Soy capaz de extraerme de lleno, sin refugios, completa y absolutamente? El entusiasmo debo encontrarlo debajo de cada baldosa, pese y a pesar de otros.

Está bien que no me destruya, pero tampoco quiero vivir con el susto a boca de jarro. Ni padecer miedos crónicos- ni ser un héroe intergaláctico, fuente de inspiración caricaturesca de tiempos a otro paso, sin poderes remotos ni procedimientos mecanizados y perfeccionados hasta en el más mínimo detalle.

La ilusión es fundamental en toda creación; es un nuevo despertar. Lleno mi alma con ella, por las dudas de que exista; el espíritu también. Las influencias de los maestros del buen gusto y la indiferencia de varios comparten pieza en mi altillo. Buceo en mi rio emocional intentando hallar - en sus aguas marrones y turbias - motivos, sentidos, tesoros perdidos y olvidados en el fondo del tiempo.

Debo ir a dormir ahora; mañana tengo que salir temprano al mundo de aquellos que desconozco, que no prefiero y cuyas apariencias son opuestas a mi realidad. Trabajar es una necesidad o quizás un error. Un descuido llena de hongos verduzcos el interior de mi congelador desenchufado. Absorbo mi respiración, profunda, completa; una inspiración del momento focaliza mi atención más allá de mi apatía y desgano perenne; la lluvia con su melodía monótona, cae de bruces sobre las chapas.



Thursday, March 19, 2020

La primera curda


El verano en todo su esplendor favorecía con su clima al Macuca que con su novia y amigos en común- acampaban a orillas del Rio de la Plata. Los estrictos padres de su joven novia le prohibieron terminantemente a ella- seguir viaje rumbo a las playas oceánicas del este uruguayo después de terminados aquellos cinco días de campamento pactados de antemano. Esa prohibición tenia a maltraer a ambos que no atinaban a disfrutar plenamente de esos cinco días de campamento estival.

El penúltimo día, las muchachas decidieron ir a Piriapolis a pasear. Ese día, Macuca reventaba de calor y se lanzó hasta el único almacén que había en la vuelta a comprarse un helado. El Monona no dudo en acompañarlo en esa caminata de cuarenta y cinco minutos. Llegaron con la lengua para afuera, el sol les daba de canto; las chicharras se desgañitaban desde los pinos acusando el calor imperante.

Para sorpresa y decepción de ambos, la heladera del almacén estaba rota, así que no había helados, refrescos fríos, ni hielo; todo estaba a temperatura ambiente. El Monona resolvió que lo más rescatable de lo poco que había a la venta- era un vino suelto blanco. Se sentaron a la sombra a tomar. La temperatura reinante y la dulzura de aquel “néctar” contribuyeron a que ese brebaje no durara más de un rato. Volvieron a entrar al almacén a comprar otro litro de vino blanco. Solo del tinto quedaba en la damajuana- anunció el somnoliento dueño con afable hostilidad. Embudo mediante, la botella de plástico quedo pintada de un violeta incierto.

Ya con el garguero caliente, el tinto lija -que no era dulce como su antecesor- fue paladeado sorbo tras sorbo. El Monona, un par de años más grande que el Macuca, sabía de sobra lo que era el alcohol y sus consecuencias. El Macuca estaba tan verde en asuntos etílicos como el color de las hojas de los árboles que intentaban protegerlos del sol abrasador en su retorno al campamento.

El Macuca disfrutaba de una liviandad inédita, sentía una alegría ajena y anestesiadora. El Monona caminaba a su lado, muerto de risa y guiaba a su amigo para que no terminara de cara contra el piso. La vuelta fue mucho más larga y lenta que la ida. Ni bien llegaron – notaron que las jóvenes ya habían regresado del paseo. En eso, un inesperado fuego volcánico trepo desde el estómago del Macuca pasando expreso por su tráquea e hizo erupción a la vista de absolutamente todos los acampantes. La virulencia de aquel estallido, impacto a su novia como nunca antes: ella jamás lo había visto así. Ayudaron al Macuca a acostarse boca arriba sobre el suelo con un tronco debajo de su nuca. Desde esa posición dormitaba y cada pocos minutos desafiaba de manera imprevista a la ley de la gravedad: era una fuente que lanzaba chorros de líquido rojizo hacia el cielo, increpándole clemencia al etanol todopoderoso para que aquel martirio terminara.

Entre vómito y vómito- ensayaba mentalmente diferentes tipos de disculpas para con su novia. Al anochecer, ella, incrédula, fue a increparle de que cómo había terminado de aquella manera, que no podía dejarlo un minuto solo, que la vergüenza que le estaba haciendo pasar, que por que le hacía esto a ella que lo quería tanto. El la escuchaba mientras soportaba la impotencia de no poder controlar que todo a su alrededor girara sin parar. Ella sentada a su costado esperaba una respuesta, un algo. El Macuca, desde lo más hondo de su padecimiento, le contesto con voz distante- como si lo hubiese dicho otra persona: es todo por tu culpa.



Monday, March 16, 2020

J'eus été a rockstar


He tenido la suerte, motivación y perseverancia de integrar varias bandas durante gran parte de mi vida. Algunas de ellas – a mi modo de ver y escuchar – eran más que aceptables. Casi siempre he sido uno de los miembros fundadores y no creo que fuese una casualidad aislada: probablemente se debe a mi cuasi incapacidad de adaptación a un proyecto que no lo haya parido.

El grupo con el cual tuve más recorrido- duro casi nueve años: editamos dos discos, tocamos en vivo infinidad de veces, ensayábamos religiosamente y hasta incluso nos dimos el “lujo” de hacer una mini gira.

Con el paso del tiempo, los ensayos tomaron un carácter ritual y terapéutico: se convirtieron en un pasadizo que me permitía entrar en contacto intermitente con lo inmaterial, lo incuantificable, eso que no se puede tomar con las manos ni determinar su aroma. Las cuestiones circunstanciales y miserias humanas se esfumaban mientras ensayábamos: los domingos a las cuatro de la tarde era la cita ansiada con la frontera dimensional donde tiempo y espacio se fundían para que lo realmente importante le quitara protagonismo a las urgencias. 

Ensayar, tocar en vivo y grabar cuando teníamos el dinero suficiente –eran los puntales del enlace pentatónico que unía a los integrantes de la banda.

Mi bajada de ficha ocurrió en aquella “gloriosa” mini gira que nos llevó -junto a una banda amiga - a cinco parajes diferentes. Me costó -más de lo anticipado- alejarme de los míos durante algunos días, que no fueron muchos, pero los percibí como tal. En ese periplo, me di cuenta que las vidas de los integrantes de aquel clan sonoro eran muy diferentes fuera del matrimonio musical. Nuestra afinidad estaba basada -casi exclusivamente- en nuestro proyecto en común.

En la ruta -camino a nuestra próxima presentación de aquella mini gira- sentimos unos bocinazos persistentes: venían desde la camioneta de nuestra banda amiga que nos pasaba por la izquierda. A través de sus ventanas delantera y trasera - que estaban abiertas y apuntaban hacia nuestro vehículo – asomaban un par de culos desnudos acompañados de sonoras carcajadas. Ni bien nos pasaron, policía caminera los paro e invitaron a estacionarse a un costado de la carretera.

Esa noche, llegaron al boliche bastante más tarde que nosotros y nos contaron que los multaron. Lo que nunca llegue a saber es si la multa fue por exceso de velocidad o por tener culos demasiado peludos.